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Como diseñador me encuentro estupefacto. Ignoro cómo resultará, pero me consta que existe la intención de llamar a la ampliación de Atocha Renfe la futura estación de tren de El Abroñigal; El Abroñigal, puerta de entrada de destinos nacionales a la capital. Vaya por delante el respeto hacia los que se consideren de la zona, pero vaya por delante de éste el respeto por los más elementales criterios de comunicación que se resumen en cuatro palabras: es un nombre feo.
El nombre es un 50% del éxito, rezan algunos manuales; no quiere decir que no se pueda comunicar la excelencia en los servicios de El Abroñigal, sino que va a costar mucho más esfuerzo hacerlo con ese nombre. He sufrido experiencias kafkianas en casos similares, y es probable que ante la lógica aplastante de cambiar este nombre, surja un argumento tan cierto como absurdo: es que siempre se ha llamado así.
Que se lo expliquen a los departamentos de marketing que tienen que lidiar con sus centros comerciales en las madrileñas nuevas zonas de Arroyo Culebro, o de Sanchinarro (¿de verdad existe algo así en el santoral?, ¿no es broma? ¿Sanchinarro?). “Venga a vernos, abrimos todos los días del año en nuestro Centro Comercial de Arroyo Culebro”... Una cosa es que ése fuese el nombre del proyecto urbanístico de la zona, de gran utilidad para los técnicos y para los constructores, pero es indefendible que nadie hiciese nada para buscarle un término más competitivo. No hablamos de gustos o de pareceres, hablamos de condiciones en las cuales ese nombre va a tener que luchar por ganarse una identidad. Porque se trata de esto, de ganarse una Identidad en una sociedad moderna… ya nada podemos hacer por los vecinos de Alcantarilla, histórica villa murciana de gran belleza, un beso para todos desde aquí; pero sí podemos intervenir en las nuevas zonas inventadas alrededor de las grandes ciudades, y debemos intervenir con inteligencia y dotarles de las mejores condiciones posibles para ser un lugar que transmita excelencia en lo que haga.
Cuando se habla de iniciativas privadas, otro tanto. No se me permite decir nombres comerciales en esta radio pública, así que tendrán ustedes que pensar en una marca francesa de supermercado de nombre impronunciable… ¿Carrefour? Pues eso, por supuesto, al final todos lo aceptamos pero eso no quiere decir que esté bien ni que no sea altamente mejorable; simplemente quiere decir que les ha costado mucho más dinero de lo que les habría costado darse a conocer con un nombre mejor. O el concesionario de la esquina: Fergajosa Autos, donde ni a Fernando, ni a Gabriel ni a Jose se les ocurrió nada mejor para su incipiente negocio.
Como diseñador al ver todo esto me sonrío, estupefacto, casi abatido ¿será quizás, de alguna manera, parte de nuestra idiosincracia? Claramente no. Es simplemente parte de nuestro atraso.
Y, hablando de nombres raros, Oyer Corazón para Radio5 todo Noticias.
Emitida el 3 de julio de 2009
¿Abroñigal? ¿no se han dado cuenta de que el 50% de la población aún tiene dudas entre «albóndiga» y «almóndiga»? Y eso que es mucho más sencillo… y menos cacofónico…
Muy bueno el post.